En 2017 vi cómo una ola muy interesante se formaba en el mundo digital: los gurús digitales comenzaban a despertar. Las fake news ya existían, pero el fake knowledge surgía y los efectos masivos de esto se asentaron con el confinamiento del 2020.
El fake knowledge es cuando una persona quiere demostrar pericia y expertise en un tema específico sin tener las bases necesarias para demostrarlo.
Una cosa es saber sobre un tema, pero otro muy diferente es venderse como experto del mismo.
Este fenómeno es lo opuesto del síndrome del impostor: se trata de una persona que carece de formación total sobre un tema, pero cree que tiene las tablas para hacerlo.
Aclaro, hay muchas personas expertas en varios temas, pero hay una creciente mayoría que se fusilan el contenido o ideas de otros y, siguiendo mejores prácticas de SEO, venden cursos sin un fundamente ni tiempo de práctica real.
El origen del fake knowledge
Por la crisis económica derivada de la pandemia por el Covid19 algunas personas se treparon al tren de vender por internet, la mayoría por necesidad, pero muchos otros empezaron a vender cursos para tener ingresos extra. Aquí comienza el problema: ¿cómo saber si el instructor o facilitador tiene el conocimiento suficiente para enseñarme algo?
Para abril del 2020 descubrí que algunos conocidos abrieron fan pages y comenzaron a hacerse una mezcla de wannabe-influencers-gurús.
Este tema me duele –el del fake o false knowledge– porque uno que otro “amigo” se colgó medallas que habíamos conseguido juntos para decir que lo hizo solo. Y ahora da cursos de contenido y transmedialidad en calidad “experto” porque me vio dando un módulo “para aprender”. Un módulo. Un módulo de 5 horas. Y ya es “experto”.
Luego de la catarsis, continúo: la oferta y demanda nos trajo a esto. La gente descubrió los MOOC’s y la pandemia los potenció. De la noche a la mañana todos estudiamos algo en Coursera, obtuvimos las certificaciones de Google y de Facebook, y proliferaron las ofertas cursos en línea: desde repostería hasta marketing digital, pasando por creatividad, diseño e infografía. Pero ¿quién está enseñado para capacitar?
Definiendo el fake knowledge
El falso conocimiento es cuando una persona que le cuenta a alguien sobre cómo hacer algo, cuando en realidad no sabe de qué está hablando y parte de una peligrosa ignorancia.
Para que algo pueda considerarse cierto o falso (basándonos en la ciencia), tienes que haberlo probado muchas veces –y de manera positiva.
Por ejemplo, yo aprendí a hacer jabones y luego aromatizarlos con aceites esenciales. Sin embargo, yo sería un gran fraude si me atreviera a dar un curso para enseñarle a la gente a hacer jabones caseros. Sí, se hacerlos, pero no tengo suficiente práctica.
Llevo ocho años dando clases alrededor del mismo tema: comunicación, multimedialidad, transmedialidad, contenidos digitales y narrativas, no me siento experto, y aunque siempre estoy leyendo, y estudiando, y aprendiendo, no me he atrevido a autonombrarme gurú. Es más, me han preguntado cosas que no había pensado y de las que en realidad no sé mucho.
En esto años he desarrollado mi modelo didáctico y he tenido que estudiar para mejorar en el aula virtual o presencial.
Hoy más que nunca entiendo el punto de los resultados de aprendizaje.
Hacer las cosas bien
Para que me acreditarán la licenciatura que diseñé para SAE pasaron casi nueve meses de revisiones con expertos en educación, en comunicación y producción, también de periodismo. Hubo más de 70 personas involucradas en el proceso. Hicimos miles de cambios para garantizar el desarrollo de habilidades y competencias.
Cuando entregué el primer draft del diplomado de marketing digital (que ha sido un éxito, gracias a todos) pasaron cinco meses de estudios, análisis y muchos cambios para garantizar su eficiencia.
Enseñar, transmitir el conocimiento que tenemos es una bendición, pero para poder hacerlo tenemos que haberlo practicado una y otra vez, no solo haber leído 10 páginas de internet para entender lo básico de las narrativas transmedia.
La clase perfecta no exis…
Un conocido empezó su proyecto de yoga y meditación a raíz del confinamiento: comparte su metodología para alcanzar una vida plena. No se ha convertido en Yehuda Berg, pero ya tiene uno que otro seguidor que se levanta con él para meditar en FB a las 6 am.
Le aplaudo la iniciativa, pero tiene 32 años y creo que para ser experto habría que cumplir con ciertos requisitos básicos ¿no? Por lo menos haber estudiado y practicado los suficiente por varios años ¿es mucho pedir?
Bueno, él comenzó a meditar hace poco menos de 18 meses (lo sé porque luego de un breve colapso emocional, publicó en el feis que había encontrado la cura). Este emprendedor jamás ha ido a la India, Tibet o China, lo que sabe lo obtuvo de lecturas rápidas de Osho (lo publicaba en IG), meditaciones masivas en Coyoacán (criticaba a su compañeros cada vez que podía) y una que otra entrevista con ayurvedistas locales para entender más de pitta. Hoy ya dice que cobrará por sus meditaciones.
Otro conocido tuvo un break down rudo durante el confinamiento y ahora regresó para hablar de wellness y bienestar emocional. Su conocimiento lo obtuvo de documentales de Netflix, pagar por Headspace y estar suscrito al mailing de Gurunam Singh, pues es todo lo que cita, siempre. Pero él insiste que ya es una autoridad para hablar del tema.
No está mal atraer a más personas si algo nos hace bien, o para aprender juntos. Quizá mucho del conocimiento que tenemos es empírico: ahí está Martin Lindstrom, pero tiene documentado su proceso y lo mejor, sus resultados.
¿Sigo? Otro cuate decidió que era un excelente momento para ofrecer su cursos –a precios muy accesibles– de rutinas de ejercicio para bajar de peso desde casa. Hoy enfrenta dos demandas fuertes porque algunas personas se lastimaron de gravedad.
Si un joven tiktokero llega hoy a venderte un plan para crecer tu cuenta ¿qué harías? Personalmente, hasta que no haya levantado al menos 10 perfiles diferentes, y con resultados muy similares, no le creería.
Creo que todos podemos enseñar algo, pero creo aún más que debemos ser honestos con nosotros (y la gente que nos sigue) para aceptar que no siempre lo sabemos todo.