Desde siempre ha pasado lo mismo. Se aman, lo niegan en público, pero en el silencio de la ausencia, lo afirman, lo incrementan, lo anhelan para después únicamente tomar un poco, lo mínimo para que no agote. Para seguirse envenenando.
La historia de Federico y M es constante, es eterna, única y siempre inconclusa. Desde que fue infectado por M, Fede no la suelta, ninguna pasión es tan fuerte, así cómo ningún amor que lo doblegue de nueva cuenta.
Se ven como cometas, esperanzados con la ilusión de un niño mientras ambos hacen sus respectivas vidas en pareja, tienen su secreto y es único.
Sí, se han acostado, también hecho el amor y nunca es suficiente para ambos. Y ambos temen que lo sea.
-Bésame, pidió ella en su último encuentro.
Él lo hizo. La respiración de ambos se cortó, las mariposas en el estómago resurgieron, la piel eriza los invadió y el corazón se detuvo.
De nuevo, la estocada letal. Como el primer beso, el veneno penetra, invade, llena y asesina. Obsesiona.
-Hasta la próxima, dice él.
-No creo que haya otra, contesta M.
Ambos saben que no es así. Sonríen.