Comenzó a andar con Silvia cuando 17 años, más que por gusto físico, por el reto intelectual que le implicaba una mujer casi dos años más grande.
Ya había puesto el cuerno y le gustó, pero como a todos, pensó que a sus imberbes años sería bueno sentar cabeza. Su nueva chica era linda, y cumplía con ciertos requisitos tradicionales, fuera de ser la joyita que podría presumir ante sus amigos “soy tan maduro, tan cabrón, que una de 19, anda conmigo”, pensaba que cacarearía.
La prueba era más que intelectual, domar a una feminista, controlar a una libertina era más de lo que había imaginado, pero estaba perdiéndose en la fascinación por esa mujer. La amaba.
El acercamiento físico había tardado, la trillada frase de ellas “no quiero tener sexo luego luego, por que si te doy eso, ya no querrás más de mí”, fue suficiente para que, encomendándose a los santos magnus, Federico controlara su calentura con chaquetas en el baño de la sala.
Chibis, como le decía, le enseño los besos “mengache pa´ca”, una versión light y fresa de como arrancar con un buen faje, con el pretexto de un besito de lengua, la mano se deslizaba debajo del pantalón y los toqueteos eran bienvenidos. Era la versión porno de un beso inocente. Y él aprendió rápido´.
A los tres meses de que empezaron a andar, ambos consiguieron el permiso de irse un fin de semana juntos a Veracruz. La susodicha en cuestión sentenció antes de partir: ni creas que habrá sexo. Cabizbajo, Fede no guardó condones se masturbó cuantas veces pudo.
Si aquel momento hubiera sabido que las mujeres significan lo contrario de lo que afirman o niegan, su actitud habría mejorado considerablemente durante todo el trayecto.
Osco y molesto, no le dirigió la palabra a su prometida durante el camino a Xalapa, se sentía frustrado y el calor que sentía entre las piernas, entre más lo ignoraba, más crecía en su interior.
El protocolo familiar en su destino, saludos a la familia política, ¿cómo estuvo el camino?, bien mal, sí las curvas, bueno descansen, ahí está su cuarto, tiene una sola cama.
Aún con cara de guerra, Federico se echó en la cama, Silvia a su lado y lo empezó a tocar. No había planes hasta el día siguiente, pasadas las 10 de la mañana.
-No empieces algo que no podrás terminar- dijo el amante.
-¿Quién te dijo que no lo terminaré?- respondió ella y, de un brinco, se posó encima de él, le retiró los pantalones, la ropa interior, la camisa y, ya desnudo, se dio cuenta de lo que estaba a instantes de suceder.
-¡Ve por un condón!- ordenó Silvia
-No traje.
-¡¿Qué?!- soltó ella con un sonido entre gemido, frustración y enojo. -Qué no sabías lo que iba a pasar o qué- espetó la mujer, ya humeda, restregando su sexo sobre el de su novio.
Silencio.
-¿Estás listo?
-Sí, respondió con un hilo de voz Federico.
Más tardó ella en introducir el miembro desnudo de su amante que las convulsiones se apoderaron de él y, en menos de un minuto inundó la cavidad de su mujer. Ella lo besó tiernamente y le dijo que no se preocupara, la siguiente vez les iría mejor.
Hacia la media noche, ya había tenido sexo siete veces, todas con el mismo resultado: prematuro.
Para el despuntar del día siguiente, el número se había casi triplicado. El resultado mucho mejor: él no sabía cuantas veces se habá venido, pero había logrado cuatro orgasmos en su femina.
Al regresar del viaje cortaron. Ya no la amaba ni le fascinaba, le había aprendido lo necesario para defenderse en la cama y aprender más de la misma.