Domi era diferente a todas las demás mujeres que habían estado en el pasado de Federico. Fuera de que por fin él se había decidido a romper el molde y el actual modelito era más bien curveado y vertiginoso, cabello largo, actitud desafiante y mirada pura y de intriga; lo que más le había llamado era su carácter más bien artero, nada sumiso y siempre listo a cuestionar.
Otro reto que veía en ella fue que, dentro de las dos primeras citas le dejó muy en claro que no habría retozos horizontales, ni verticales, ni nada por el estilo en mucho tiempo… o hasta que él se ganara la confianza de ser el primero.
Ser el primero, dicen, es un gran responsabilidad, más cuando se tiene experiencia en el campo. Si ambos son vírgenes, no pasa nada, se entiende que haya fallas, pero cuando no es así, uno -por más egoísta que suene- puede marcar un hito en la vida de su pareja sexual, se puede endiosar, convertirse en el punto de comparación para el futuro de ella o él.
Para la tercer salida de la parejita en cuestión, Federico estaba completamente endiosado con Domi. La adoraba, la amaba y la quería sólo para él, para siempre. O al menos para siempre, mientras duraran juntos. Pensó incluso en pedirle matrimonio, claro que no se lo dijo, pero estaba latente la idea.
La sorpresa -una más que Domi había dado- fue que al finalizar la tercera cita, ella le dijo que aún era temprano, que porque no iban a casa de él. Fueron, bailaron sin música en la oscuridad, cerca, tiernamente, con la inocencia digna de un par de niños que encuentran atractiva la atracción entre ambos. Después de bailar se recostaron en un sillón y ella se fue encima de él. Lo besó, desabrochó su camisa y su pantalón. Lo tocó con furia pero en paz, con amor. Ella se dejó tocar, seducir y acariciar. Federico estaba confundido, pero no quería arruinar el momento. Sentía algo parecido al amor y a la pasión, pero no estaba seguro. Al final, con un hilo de voz, le dijo que le quería hacer el amor.
-Lo haremos… cuando me ames de verdad,- respondió ella, y siguió besándolo, ahora con tranquilidad.
El palpitar de su corazón se frenó por completo.
¿Amar? Ya no sé cómo es eso, se repetía. Pero si algo sabía es que con ella, por ser diferente, quería hacerle el amor o sentir al menos lo que le decían que era hacerlo: ver las estrellas, ir al cielo, fundirse en un orgasmo mutuo con la otra parte y quedarse abrazados. Hasta el momento había tenido partes individuales de eso, sabía que le habían hecho el amor, pero él siempre se había negado a darlo por completo.
No más amor.
-Buenas noches.