La mayor verdad, universo, Dios o como quiera ser llamado está basado en la fe. En la razón que no entiende una razón y el deseo único de saber que sobre algo o alguien, estamos creados. Nuestra existencia se basa en lo etéreo, en la metafísica, en lo mayor e incompresible.
Lo que trasciende, de alguna manera, es lo deseado en silencio. La comunión con las personas, él habla, la idea se desvanece de lo tácito y tangible, pero prevalece.
Ahí está nuestra fe para recordarnos, nuestros pensamientos para envenenarnos y el silencio para acallarnos. Sigue siendo ausente, pero no por eso más o menos presente. Vive.
La vida de los creyentes -como los que tiene un credo o código de vida- y de los no creyentes -sólo por llamarles agnósticos- se basa en el silencio del habla, el barullo de los pensamientos, de las letras invisibles que se tatúan en el paso de una vida.
En silencio, el silencio.
Lo que comunicamos no trasciende como tal: se escucha, asimila, archiva; queda escondido. Aquello que callamos es lo que hace que el engrane gire y cuadre con la realidad.
Es una versión de la diplomacia, de la incoherencia del silencio con la verdad.
Y qué si decimos todo lo que pensamos: la bruta verdad. Qué si hablamos sólo aquello que queremos comunicar: verdad bruta. El silencio no se calla y por ello trasciende. Es etéreo, como Dios y su ausencia de sonidos, como todo lo que no decimos. Así sobrevivimos.
Las relaciones personales no se dan por lo dicho sino por los espacios negros que quedan en el silencio. Por las palabras ausentes dichas a escondidas en una mirada, una caricia o una buena pausa.
En plena discusión alguien dice algo -cierto o no- y el otro se calla. Se separan, se van y queda un hueco. El otro hubiera querido contestar, pero nada, sólo silencio. Provocamos una evolución.
Ese espacio de silencio, esa bruta verdad llena de orgullo hace que el ciclo no se cierre, siempre quedará algo que decir para volver.
Nuestras relaciones se basan en el silencio de lo no dicho al mundo.
Si tuviéramos el valor -o congruencia al hablar- no habría momentos de blanqueo en confidencia negativa o positiva.
Burda comparación con Dios: en su grandilocuencia silenciosa de confianza, saber y de libertad bien asistida da vida por ser etéreo; el ser humano en los soliloquios acallados, vive en la física que va más allá de él para sobrevivir hablando.
No es necesario decirlo todo. Sólo en silencio.