Ahora entiendo a las mujeres. Creo entender, en parte, por qué nos odian y, aunque no soy mujer, he vivido rodeado de mujeres desde corta edad y viví todas y cada una de las quejas. En este sentido, soy víctima de esos cabrones –sí: yo, nosotros, pero más que nada, de ellos.
Es que los hombres sólo prometen y prometen, pero nomás nos la meten (me disculpo por el francés). Y a los hombres a los que me refiero ahora son a las figuras paternas que he desarrollado, querido, admirado, pero la gran mayoría de las veces, odiado. Es que son unos cabrones.
Ahí tienes al pequeño yo, de niño, de adolescente, de pre adulto, de joven posmoderno esperando que mi padre me cumpla la promesa que me hizo, esa de llevarme a dar una vuelta en moto, aquella en la que me dijo que ‘nomás le fuera bien’ a mis domingos les iría mejor. Una en la que me dijo que se desviviría por ayudarme. Al final, todas con el mismo resultado: llega el momento de que se cumpla la promesa y no hay respuesta, ni resultado. Es que no puedo, dice. Es que tengo otras cosas más importantes. Es que yo esperaba, yo quería, yo pensaba, imaginaba, anhelaba… pero siempre no.
El problema no es la justificación, ni que el regalo prometido llegue. El problema es el egoísmo de esa persona. Lo sé por que yo he hecho lo mismo. A mi mismo. A mi mundo. Cuando se cumple el plazo que teníamos para cumplir, preferimos (en este caso mis múltiples tótems) hacer algo personal, desviar la promesa y ocultar la falta de resultado por una promesa más grande, más importante y que, como reses al matadero, creemos, confiamos. Aceptamos.
Nos decepcionan. Decepcionamos.
Creo además, que no quieren hacerlo. Que sí bien tienen la convicción de ayudar, de hacer más, parece que es preferible todo lo demás.
Pero también hay –habemos– otros hombres. Los que si cumplen. Los hombres de mi vida, la mayoría me han decepcionado. Y yo a ellos. Otro hombre prometió las perlas de la virgen para que yo logrará un cometido, se echó para atrás el día que no debía, confié en él y ahora tengo el compromiso en las manos. Me siento como si hubiera dado el tesorito, cuando sólo fue un one night stand.
Sin embargo, ahí estoy, esperando, con los brazos abiertos a que regresen, con una nueva promesa y a sabiendas de que no cumplirán, les creo.
Me parece que todos tenemos esa dualidad, aunque sigo sin entender el origen. Por qué a unos sí, a otros no. Hay otro hombre, que no promete y da por qué sí, se limita a decir que ‘algún día entenderé’, y eso, al menos hace la diferencia.
Las influencias mi vida pueden resumirse en lo que he sido, y ese, aquel que hace sin prometer es, sin temor a equivocarme, el que ha permitido que deje de ser como los demás hombres de mi vida.