Con escasos 15 años, Federico ya había hecho y deshecho todo con las mujeres. Tenía una imaginación bastante activa y según él, era un as para el sexo. Nuevamente, todo esto en su precoz y pervertida mente.
Un par de años atrás, había quedádose platicando con su hermano menor hasta entrada la madrugada. Con 13 años, ambos ya habían estado “a nada” de coger, se platicaban cómo Fulanita se había echado para atrás en el último momento cuando ya tenían “la puntita en la entrada” y cómo Perenganita había osado tocarse por encima de la ropa incitándolos a tomarlas, pero como buenos caballeros, lo habían evitado.
Puras mentiras, nomás querían probar su machonería, hombría y eso que en la adolescencia duele tanto, no controlar las poluciones y masturbarse como idiotas para satisfacer el creciente instinto animal.
Federico estaba enamorado desde hacía dos años de Denisse, hermosa niña pelirroja, un año más grande que él y bastante recorrida en varios caminos de la vida, desde alcohol, haciendo escala con drogas “lights” y teniendo sexo desenfrenado con uno que otro hombre. La niña había descubierto desde hacía dos años su sexualidad, y la disfrutaba. Y dejaba que otros la vivieran también.
Pese a la supuesta madurez de Denisse, ella frecuentaba muy seguido a Federico, que representaba todo lo contrario a su desfachatez ante la vida. Pero su relación era divertida, caminaban por el parque, jugaban luchitas en el pasto como pretexto para rozarse mutuamente, se mojaban en la lluvia y para entrar en calor se abrazaban y frotaban mutuamente. Todo era premeditado, pero inocente. Al terminar el día, él la tomaba de la mano y la llevaba a su casa.
La última vez que se vieron, él fue de visita a su casa, se les notaba tristes. Iban a extrañar la pureza de su amistad y los secretos augurios que ambos tenían para el otro.
-Te voy a dar algo para que no me olvides. – Dijo ella. -Pero tienes que cerrar los ojos y no abrirlos hasta que yo te diga.
Obediente, lo hizo y espero pacientemente. Imaginaba un cálido beso en la boca y una carta cursi en la que le confesara su amor.
Pero no, sorpresivamente, la tersa y segura mano de ella llegó a su entrepierna, desabotonó el pantalón y bajó el cierre con una pericia insospechada.
-No abras los ojos.- Ordenó al ver la pusilánime pero rápida reacción de su inexperto amigo.
Se agachó e hizo con él lo que quiso. Le dijo que ya podía mirar. Ese fue su regalo de despedida, su primer encuentro sexual real y entendió entonces que todo lo que había imaginado sentir, no tenía comparación.
No se volvieron a ver, pero a veces, él la ve en su mente.