El pasado 9 de noviembre, lo que empezó como una mala broma en junio de 2015, se convirtió en realidad: el magnate de bienes raíces, uno de los hombres más ricos del mundo, un personaje oscuro, controversial y que, según muchos, refleja lo peor de la humanidad, se convirtió en en el presidente electo de Estados Unidos. Su discurso puede ser abominable, pero este hombre ya ha hecho lo que todos aspiran de niños: ser rico, convertirse en una celebridad televisiva y será presidente.
Donald J. Trump, el payaso, el que no tenía nada que hacer, el millonario, el mentiroso, el estratega, el bully, el hombre de negocios, el –lo que used quiera- llegó para quedarse. Sin embargo, ¿qué podemos decir de él que no se haya dicho ya?
- Que es un ente inculto, quizá sí.
- ¿Es una persona misógina? vean de entrada a los mexicanos que le chiflan a las chicas al pasar.
- ¿Su nombre es sinónimo de falacias? analicen cómo funcionan las televisoras locales.
- ¿Propaga el odio? qué piensan de nuestro grito “ehhhhhh pu…” en los partidos de futbol?
- ¿Es polémico? Ya miraron al personaje que ocupa a versión mexicana de la Casa Blanca ¿no?
Esta no es una apología de los realidad, es un acercamiento a 70 años de historia en los que se formó el presidente número 45 de la primer potencia del mundo.
Carácter aplastante
Directo. Sin tapujos o pelos en la lengua. Agresivo. Pedante. Inteligente, quizá demasiado, Donald Trump tiene demasiados adjetivos, pero hay algo claro en su manera de actuar: hace lo que se tiene que hacer para ganar y salir airoso.
Como hijo de una familia de clase media-alta, Trump siempre estuvo envuelto en el desarrollo y construcción de propiedades y bienes raíces, pues ese era el negocio de su padre, sin embargo, desde niño su carácter y temperamento lo marcaron como diferente, por no decir problemático. Se sabe que a sus profesores de primaria les lanzaba los borradores, a los niños les aventaba el pastel en las fiestas de cumpleaños y ya cerca de la pubertad, golpeó a un maestro cuando este le dijo que carecía de gusto musical. Ante esta joyita de infante, sus padres lo enviaron a la academia militarizada de Nueva York a los 13 años con el fin de disciplinarlo y que su exceso de energía se encauzara en actividades más positivas. ¿El resultado? No sólo le fue bien, sino que capitalizó en sus relaciones, demostró liderazgo y amplias habilidades sociales. ¿El problema? Trump dice que sigue teniendo el mismo temperamento que cuando era un niño.
Trump estudió Economía en Wharton y en los veranos trabajaba en las construcciones de su padre. En 1971, tres años después de haberse graduado como un estudiante más de la Universidad de Pennsylvania, Donald tomó las riendas del negocio de su padre, una empresa redituable, pero con miras para ser un impero. Un dato curioso, Trump hubiera sido multimillonario aún sin haber emprendido. La herencia que le dejó su padre fue tan cuantiosa que, de haberla invertido en diversos fondos, habría alcanzado el estatus que hoy tanto presume: estar en la lista de Forbes como uno de los hombres más ricos del mundo.
El polémico imperio
Con una visión amplia, y extrema audacia, el recién graduado Trump comenzó a capitalizar de sus relaciones, se estableció en Manhattan y decidió que desde ahí crecería su imperio. A diferencia de su padre, Donald tenía grandes planes y no le importaría lo que debiera hacer para lograrlos. Para 1974, el hoy presidente electo de Estados Unidos puso la primera de muchas piedras que formarían su imperio al tomar posesión del Commodore, un hotel en Nueva York que tenía una ubicación única, pero no era rentable. Así, el magnate se alió con Hyatt, logró un incentivo fiscal por 40 años con la ciudad y, para 1980, el recién inaugurado The Grand Hyatt, no sólo fue un negocio fructírefo, convirtió a Trump en el desarrollador inmobiliario más importante de Nueva York.
Sin embargo, el racismo y la discriminación aparentemente ha seguido a Trump desde los orígenes de su carrera. En varias ocasiones ha sido demandado por discriminación, incluso en biografías no autorizadas, se menciona el vocabulario con el que se refiere a sus empleados. Frases como “no quiero los que negros cuenten mi dinero” son parte de la expresión oral de Donald Trump quien dice que probablemente sea cierto eso. Y esa aparente sinceridad aplastante conquisto al Colegio Electoral este 2016. Aunque siempre ha negado tener prácticas de exclusión, es bien sabido que si el río se oye es porque agua lleva. Además, una cosa que aplaudirle al señor Trump es que cualquier oportunidad que se le presenta, incluso la mala publicidad, la aprovecha para incrementar su presencia mediática. La mala publicidad es, al final, publicidad.
Si ya era famoso en Nueva York, los ojos de Estados Unidos se posaron en él en 1982 cuando inauguró la Trump Tower en la Quinta Avenida. Lujosas marcas se instalaron en el complejo y distintas celebridades llegaron a vivir en el edificio de 58 pisos.
El establecimiento del reinado Trump, así como su constante necesidad de nombrar todo con su apellido, terminó por asentarse durante la década de 1980 cuando comenzó con el desarrollo e implementación de casinos y hoteles en Atlantic City con The Trump Plaza, The Trump Castle y el Taj Mahal. La Gran Manzana era su frente más importante y aunque tenía diversos proyectos para cambiar la faz de la ciudad, la mayoría de sus proyectos se vieron siempre limitados por parte de la ciudadanía que se negó en casi todas las ocasiones a ceder ante el dinero, los billetazos y la opulencia de Trump.
Tras 10 años de constante crecimiento económico y éxito en los negocios, la fortuna de Trump había alcanzado 1.7 mil millones de dólares, sin embargo la recesión del mercado inmobiliario en 1990 redujo su fortuna a escasos 500 millones. El holding de todas sus empresas, la Trump Organization, se declaró en bancarrota y todos su bienes, juguetes caros como yates y edificios, fueron rematados para pagar sus deudas.
Resiliente y politicamente incorrecto
El hombre que ocupará la presidencia de los Estados Unidos a partir del 20 de enero de 2017 se ha casado tres veces. Ha enfrentado la bancarrota una vez y ha estado cerca de ella en dos ocasiones más. Sus votantes dicen que esa fortaleza es impactante y digna para dirigir. Como emprendedor es una de las cualidades más importantes, sabe construir del fracaso y diversificarse para crecer.
Pero Trump no solo ha sabido construir de los reveses que la vida le ha dado, lo usa para su beneficio y para ejemplo está su primer divorcio. Cuando su esposa Ivana lo cachó en la movida, los medios se volcaron sobre la situación y, en palabras del mismo Trump, “eso fue excelente para los negocios”. Siete años después de la quiebra, el magnate ya había recreado su fortuna que ahora ascendía a 2 mil millones de dólares.
Fue en esa época de reconstrucción que Trump comenzó a crear quizá, su más grande sueño de grandeza y donde su nombre quedaría grabado para siempre: convertirse en presidente. En 1998 comenzó su juego de palabras, y sembró la semilla de lo que hoy es una realidad. Y así, con toda su brusquedad, dijo que, de querer ser presidente, lo haría desde la trinchera de los republicanos, a los que catálogo de idiotas. 17 años después esos idiotas los subieron a un pedestal. En el año 2000 intentó por primera vez esta hazaña, en la que ganó en las preliminares en California pero se salió de la contienda y, cuatro años después, inició otro proyecto: The Apprentice, un programa de televisión que le dejaba 5.6 millones de dólares anuales sólo por concepto de sueldo de presentador, más las regalías de producción
Aunque el programa de televisión fue un éxito, los participantes se quejaron muchísimas veces del trato, muchas veces incorrecto, otra vez brutal, que recibieron por parte del anfitrión, pero eso, una vez más, es lo que aparentemente le gusta a las masas.
Su argumento de ventas
Trump no es un genio mediático, pero como hombre de negocios, entiende lo que quieren sus clientes, ahora representados por su presidencial figura. El discurso de odio mostró la verdadera naturaleza del pueblo norteaméricano que lo sigue. Su burla al sistema refleja lo que todos quieren hacer y temen enfrentar, como no pagar impuestos y salirse con la suya. Sus afrentas al mundo en general encendieron candiles, tomaron armas y lo hicieron ganar. Su estrategia estuvo basada en el entendimiento del pueblo estadounidense. Apeló a lo más bajo del hombre, al miedo, a las necesidades amenzadas. Hizo lo que debía para ganar. Dijo lo que querían escuchar y triunfó. Sin embargo, su primer discurso como presidente electo fue diferente… fue de unión, no de exclusión. Quizá haya más de él que lo que dejó ver. Pero lo dudamos.
Este artículo fue originalmente publicado en Alto Ejecutivo pero es de mi autoría.