Ahí está él, sentado, pensando cómo pisotear el ego del profesor G. Esperando la oportunidad adecuada. El momento único con el que pasará a la historia. A la breve historia de los anales de preparatorianos.
“Entonces la ética dice que debemos escuchar, antes de juzgar…” susurra a lo lo lejos con su voz falsa el profesor de barba bien peinada, mirada perdida y estoica estructura. La oportunidad apremia. Van dos veces que el maestrito ese humilla a su alumno sin razón aparente. No se aguantan, se ve a leguas.
El educando intenta entender por qué la tirria mutua, pero no encuentra razones. Solo sabe que le caga el tipo. Otros alumnos dicen que parece Cristo, pero con una barba envidiable y bien cuidada. Es solo un provinciano más con aires de grandeza. Una raya más al tigre asegura el joven imberbe. Llegó el momento, está seguro.
-“Entonces con la filosofía podemos entender a Dios… se detiene G y voltea agresivo -“¡Que te calles!”- le grita a su preaparatoriana némesis, quien, realmente no hacía nada, solo no prestar atención.
– “¿Por qué?”-, espeta el discípulo
– “Por que lo mando yo”, responde intentando conservar la calma el inexperto profesor.
-“Decir eso no te hace muy ético ¿verdad?”- Fue la oportunidad perfecta, se dice a sí mismo.
-“¡Lárgate de mi salón! ¡salte! ¡salte! ¡salte!”- comenzó a gritar acercándose a su pupilo. Escupía involuntariamente con cada palabra. -“¡Vete!”- repitió a escasos centímetros de la cara de su alumno.
Él, triunfante lo miró a los ojos y despacio se levantó de su asiento. Media sonrisa iluminaba su rostro.
– “No”-, respondió el alumno. -“Si quieres que me vaya, necesitas una razón más fuerte que ‘por qué tu lo mandas'”.
Atónito, el profesor temblaba de ira.
– “Pero me saldré, porque claramente aquí no aprenderé mucho de ética”, dijo. Jaque mate.
Problemas con la autoridad, sentenciaron. No era la primera vez que escuchaba eso. Y no sería la última.